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Guillermo

La correa, el collar y la palabra

La correa, el collar y la palabra

Notas de observación como asistente de rehabilitación canina | Parte uno

La primera vez que vimos a William salió del pasillo de consulta tratando de correr, tambaleándose de un lado a otro entre el desequilibrio de la amputación, una especie de des-colocación de sí mismo que se notaba en el desconocimiento del alcance de sus miembros, movimientos in-calculados y el rostro que giraba hacia todos lados posibles con la flexibilidad característica de su raza. Como si un perro hubiera abierto los ojos apenas en la adolescencia y así se levantara a caminar por primera vez y a conocer lo que hay en el mundo sin saber quién es él, ni cómo es su cuerpo, ni los límites entre quién y quién a su alrededor. 

En cuanto puso una pata apenas cerca, Erick literalmente colocó la correa por donde pasaría la cabeza de William, adelantándose a su movimiento a través de una lectura precisa desde el momento en que William asomó la mirada hacia el pasillo. Todo esto sucedió muy rápido. Tras atravesar la dimensión de la correa William fue directo a mi mano y yo le dije por primera vez “Hola”.

Olfateó por un minuto y entonces Erick le presentó a Beto y a Atenas, le dije el nombre de Erick, el mío y después el suyo. Le puse su collar, todavía sin placa ni nombre escrito. El sonido del seguro ajustando el collar alrededor de su cuello provocó un estímulo que fue visible en el movimiento de sus orejas y en el comportamiento de la mirada, William me volteó a ver por un instante a los ojos. 

La correa, primer acto de Erick en el proceso del encuentro con William le proporcionó en ese momento una estructura en cuanto a un límite seguro de movimiento, una oportunidad de ubicar su cuerpo en el espacio y en relación al cuerpo de un otro a través de esa línea, el otro que es Erick y un posible papel por descubrir dentro de una manada. No sé qué tanto impacto pudo tener el “hola” en ese momento, enmarcado en tantas voces de fondo en el ambiente, incluídas las de otros canes, la del doctor y la recepcionista en la Veterinaria. Aún con la presencia de “distractores” alrededor ese “hola” después de la correa, la palabra fue mi primera intervención y en la que basaría todo el trabajo que realizaría junto con William, la relación con la cultura y el lenguaje canis lupus familiaris. El clic entre el collar y sus orejas y la mirada entrecruzada por unos instantes luego de la comprensión del límite de la correa, fueron el cierre simbólico de la bienvenida a su manada temporal. Después de eso salimos de la clínica, nos encaminamos al coche y vinimos a casa, el siguiente límite después de la correa.

Melissa García Aguirre

Fragmento del ensayo «Notas de observación como asistente de rehabilitación canina»

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